viernes, 30 de marzo de 2012

un milagro que todos poseemos

UN MILAGRO QUE TODOS POSEEMOS

Un día Dios dió audiencia a todas las personas, para que hicieran sus peticiones y deseos para ser felices.
Toda una gran multitud de personas se aglomeró y comenzaron a darse codazos y empujones para ser los primeros.

Ninguna persona dijo “Padre no me des pan, sólo dime como se hace” , sino que todas quisieron
el favor completo: hecho. Pidieron milagros. ¡Si este es Dios hay que pedirle un buen milagro! Decían por ahí.

Algunos desesperados trajeron su lista y su lema: ¡yo traigo mucho, los demás que esperen!;
hubo uno que no dudó ni una pizca en pedir su Ferrari… y ¡de color rojo por favor!,
otra persona pobre pidió curación sobre una enfermedad, un atleta pidió que le complaciera el deseo de ser pelotero de grandes ligas, y así, todas las personas se sintieron libres de pedir lo que quisieran.
Entonces Dios, para simplificar el trabajo de concesiones y verificar dónde se pudo haber equivocado,
decidió que todas las personas debían demostrar primero que sus pedidos realmente
correspondían a un verdadero deseo ardiente de lo que querían ser o tener para llevar una vida feliz,
pero por su dificultad ameritaba la solicitud de ayuda ante Dios.
Al atleta le dijo que para demostrarle que él realmente quería ser pelotero grande liga, debía primero adelantar por su propia cuenta la ejecución de un programa de entrenamiento de cinco meses corriendo, bateando, fildeando, lanzando y preparándose físicamente en el gimnasio. Durante todo ese tiempo Dios estaría vigilando desde arriba que cumpliera el programa al pie de la letra y entonces se verían nuevamente en el estadio el último día de todo el entrenamiento.

 
El atleta salió a buscar los especialistas en todas las disciplinas y se instruía con revistas, periódicos y videos para preparar su programa de entrenamiento, siempre procurando tener la mejor información
para no quedarle mal a Dios. Preparó el programa y se dedicó a entrenar desde muy temprano cada día, se tomaba los descansos y los alimentos y volvía sobre su propósito día tras día en campo y gimnasio.

La noche anterior al término del programa, se preparó para la cita convenida con Dios,
y a pesar de que vivía a dos horas del estadio, ese día de la cita llegó al lugar todavía a oscuras a las seis de la mañana. Caminando junto a un par de compañeros miró alrededor, aún muy dudoso, todo el estadio estaba vacío, silencioso y fresco. Pero sorprendentemente, se dio cuenta que en el punto de llegada donde debía correr la distancia de 60 yardas, ya Dios estaba allí esperándolo con cronómetro en mano.

El atleta se uniformó, se estrechó y se preparó para la prueba. Después caminó con tranquilidad hacia
el punto de salida de la prueba de carrera y con mucha seguridad se lanzó a correr
con la misma emoción motivada que usaba en los entrenamientos. Corrió la distancia en 6,5 segundos.
Luego hizo unos lanzamientos de pelota y mostró extraordinaria potencia en el brazo,
después hizo escelentes rutinas de fildeo y finalmente en su bateo hizo conexión consistente a la pelota para todos lados del campo con líneas profundas hacia los ‘gaps’ y algunas pelotas salieron del parque.

Entonces Dios se le acercó y le dijo:
hijo mío, tú no necesitas otro milagro de mí, en estos últimos cinco meses de arduo entrenamiento,
como corresponde a tu deseo, ya tú mismo has logrado tener la oportunidad de ser pelotero grande liga.

Ese milagro que me pides, ya te lo di antes de nacer.

... Sólo faltaba tu firme propósito.

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